El valor de una empresa depende de su estrategia

 

José Ricardo Stok

Director del Senior Executive MBA

 

En estos últimos años, en el Perú se ha concretado una gran cantidad de operaciones de compras y ventas de empresas de muy diversos sectores, tanto por parte de firmas nacionales como del extranjero, totalizando muchos millones de dólares. ¿Los precios pagados responden al valor previsto o deseado en esas operaciones?

La ciencia financiera ha procurado estudiar estos fenómenos para encontrar respuestas que puedan orientar la acción, dando pie a abundantes interpretaciones variadas y complejas, pero, lamentablemente, con poco sentido común y, por lo tanto, con poco acierto.

Procurando dejar unas ideas claras, podemos decir que el valor es siempre algo subjetivo, puesto que es lo que una persona espera recibir al tener la posesión de un bien, ya sea en términos económicos o, incluso, emocionales; es el dinero que se dispone sacrificar para la obtención de ese objeto y los “beneficios” esperados.

Cuando hablamos del valor de una empresa, es razonable que lo distingamos del valor de sus activos, ya que estos, por sí solos, no hacen empresa; están “aparcados”. Una empresa es una organización en marcha, mucho más que la mera suma de activos; tiene un pasado y un futuro, y allí existe un valor que hay que procurar determinar. Por lo tanto, es razonable que pensemos en el valor de su capital, expresado en sus acciones. Aparentemente, el valor de acciones de empresas que cotizan en Bolsa podría resolver el dilema; pero ¿por qué entonces hay quienes están dispuestos a comprar y otros a vender?: cada parte tiene en esa operación algo que ganar, es decir, cada uno ha definido su valor.

Lo que alguien desea al comprar acciones de una empresa es lograr beneficiarse con lo que esta le puede dar en términos de dividendos esperados y apreciación de valor; en definitiva, un futuro mejor.

Aquí comienza la subjetividad de la valoración: esos dividendos o utilidades futuras deben estimarse; estos resultarán de las acciones estratégicas que se determinen y que puedan ser realizadas exitosamente o –al menos– en la línea de lo previsto. Y aquí aparece el segundo elemento subjetivo: estimar o definir un cierto grado de incertidumbre en los resultados de esas estrategias. La ciencia financiera ha encontrado aquí una metodología razonable de valoración: traer a valor presente, a hoy, esos ingresos futuros, aplicando una tasa de descuento que refleje el riesgo de los mismos. Se dice rápido y fácil, pero no lo es tanto; sin embargo, tampoco es complicado si se aplica una lógica coherente y razonamiento lógico y consistente. Lógica coherente en las estrategias: ¿cómo es posible que una empresa que vendía cien pase “por arte de magia” a vender mil? ¿Qué cosas hará, posibles, probables, para que sea así? La estrategia de una empresa –que no es otra cosa que su vinculación con el entorno– requiere para su definición de un conocimiento claro y preciso del sector en que la empresa actúa, de las oportunidades que este pueda brindar y de las capacidades que la empresa tenga y que estén en consonancia con tales posibilidades. Para esto hace falta visión empresarial y criterio directivo.

Por eso, podemos hablar de dos tipos de valoración, derivados de dos planteamientos estratégicos básicos: el que resulta de la empresa actuando como hasta ahora, “as is”, sin mayores cambios futuros; y el que provendría de los mejores y mayores beneficios resultantes de sinergias y/o acciones estratégicas nuevas a implementar. Un comprador, seguramente, estará en esta última postura, esperando obtener más de lo que ha logrado hasta ahora el actual propietario. Si no está seguro en estos temas, no se arriesgue: puede perder o dejar de ganar mucho dinero.

 

Publicado en Gestión el 22 de octubre del 2013